No encuentro el sentimiento.
Recuerdo la sensación de tenerlo anclado justo en la boca de mi estómago, interponiéndose entre otros sentimientos, interfiriendo con mi día a día. Recuerdo haberlo compartido, así estrujado y resentido, tal cual era. Recuerdo una noche, desesperada toser, toser y toser hasta expulsarlo, y ya tirado en el suelo naranja de mi apartamento, todo vulnerable y expuesto, me acosté a su lado a observarle. Recuerdo que se retorcía como una serpiente, que en silencio me miraba de vuelta, como el abismo que contemplando a Nietzsche le hizo sospechar que Dios no había muerto. Recuerdo el vacío en mi pecho, esa amplitud, toda comodidad; la serenidad de sentir solo la paz entrecortada y efímera en mi respiración.
A la mañana siguiente, desperté en el suelo y no estaba ahí donde le dejé. No recuerdo qué sucedió. A dónde fue. Me rebusqué por dentro y no lo encontré. No volví a presentirlo interponiéndose en mi camino, estorbando con saña otros sentimientos. No lo extrañé, aunque a menudo me asaltaba la duda de dónde estaría, diciendo qué cosas, entre qué gente, e imaginé – más de una vez – cómo convencerlo de que vuelva; y es que lo necesito de vuelta, porque no sé amar de otra manera: con esa fuerza violenta de quien no teme a nada, a nadie. No es urgente, pero lo quiero de vuelta. Quiero obsequiarlo. Quiero regalárselo para que él también ame con la misma fuerza y que al mirarlo se cuestione – admirándonos, si Dios aún no ha muerto.
¡Magnífico…! 👌
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Gracias. 🥰
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Intenso y hermoso
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Gracias. 🌷
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Brillante…
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Gracias por leerme. 🌼
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Con gusto.🙏🌼
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Genial! 💞💫
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🌷🌷🌷
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👌👌
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