Mi verso más libre

Os digo que amar es dulcemente agradable
como entretenerse en tirar piedrecillas a un río:
se siente uno después un poco culpable,
y el corazón se va quedando vacío.

Cantos de Proteo, VII, José Ángel Buesa

Quise ser el redoble de la manga en su chaqueta. Cada fibra de tela que empuñaba contra su cuello, cuando la brisa fría nos revolcaba el cabello erizándonos la piel. Quise protegerle con la cálida afirmación de una promesa útil, con la intención plena de atarme a su muñeca y respirar al ritmo de su pulso: sentir el vaivén de la corriente de sangre impulsándose con esmero por sus venas, hasta abrumar con vitalidad su tierno corazón de niño.

Quise pausar el tiempo justo antes de que sonriera. Apreciar sin prisa el momento, ese momento en que los bordes de sus ojos se arrugaban anticipando, entre pliegue y pliegue, la alegría; esa alegría que alcanzaba su sonrisa para morir, en silencio, como una flor silvestre. Y quise arrimarme a su cuello, como una cadena, sintiendo el perfume que irradiaba: ser el sol que le quemaba con dulzura, el sudor apilándose en su frente, la luz que penetraba sus pupilas convirtiendo dos iris oscuros en madera fresca.

Quise tumbar mi cabeza sobre su hombro y morir despierta de pena. Morir siendo la fruta madura atrapada en su boca, víctima de esa humedad que volcaba su lengua; alzar los ojos al cielo suplicando piedad, suplicando que sus labios también consumieran el fruto fértil de mi corazón de piedra. ¿Y por qué no? También quise ser el olor de su saliva ya seca, trazando en mí rutas desconocidas por cualquier otro nombre, y a su lado, anestesiada, compartir el placer de la buena compañía: ser la paz secreta de las llamas danzando silenciosas en nuestra hoguera.

Pero solo fui una roca más entre otras rocas. La mirada perdida ignorando su silueta, ignorando los lunares posados como besos en su clavícula. Fui el deseo muerto a orillas del deseo, el indomable verbo de nuestro futuro perfecto, el frío tras el frío, la amargura dulce del fruto podrido, la cruda vocación de una corriente mansa revolviendo en luto lo vivido, ese tiempo muerto, entre compromiso y compromiso… Fui testigo. Testigo de su naturaleza más poética, de su pasión más volátil, carente de ritmo, y le amé en su fugacidad, como a una estrella; le amé como a mi verso más libre.

7 comentarios en “Mi verso más libre

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