Mientras este planeta gira sobre su propio eje desplazándose en el espacio a 2 millones de kilómetros por hora, una copa de albariño permanece inperturbada en la bandeja de un tren a Madrid que alcanza los 222. Yo, sentada incómoda en la oficina, aporto a esta demencia relativista pensamientos de velocidades indescriptibles que compiten por morbo con la velocidad de la luz, cercana a 300,000 kilómetros por segundo.
Me explico: nos toma aproximadamente 500 milisegundos o sea, la mitad de un segundo, incorporar a nuestra experiencia conciente la información sensorial, pero ante una situación de peligro inminente nuestra amígdala lo hace en 12 milisegundos… Dilata tus pupilas y acelera el ritmo cardiaco hasta que ese medio segundo de diferencia hace kick-in y confirmamos o descartamos el peligro.
Vivir con ansiedad te fuerza a procesar cada estímulo como uno grave. Te fuerza a batir récords de milisegundos permaneciendo estable ante los ojos ajenos, como la copa de albariño inperturbada viajando en el tren a Madrid. Hay días y hay días… Pero poco se habla sobre lo maravilloso de disfrutar una mente despejada que no combate más batallas que las insignificantes.
Es… relativo.