Borradores


«Yo fui la más callada de todas las que hicieron el viaje hasta tu puerto

Con estas palabras Julia de Burgos inició el poema más hermoso del mundo. Yo, sin ánimos de entrometerme demasiado, me pregunto intrigada qué se sentirá tener un puerto y por ruta la música salvaje de pájaros soltando al aire voluntades en revuelo. Si me preguntan: yo misma fui mi ruta; él, siempre fue velero; lo nuestro, naufragar coincidiendo cada cierto tiempo con la conciencia tendida en sílaba de angustia. Nunca supe ser la más callada, pero él sí: la voz casi sin eco; también es verdad que se parece al mar, resonante y discreto, siempre siguiéndome despacio, como el sol en los pétalos.


Llevo horas buscando un libro.

Recuerdo la tipografía y el olor de sus páginas, también la historia. No recuerdo su portada, tampoco sé si es de Cortázar o de Borges. Puede que esté pillado entre las sillas de playa en el maletero de mi coche, o escondiéndose de mí en un estante de los menos frecuentados. Busco la historia de un hombre, espectador en una obra de teatro, que fue llevado por la fuerza a un camerino donde le pusieron una peluca pelirroja y le forzaron a participar de la obra sin ser actor. Estaba muy angustiado porque la mujer que hacía de su amada le susurró en el escenario que al final, la matarían. Duele lo poco que sirve saber qué busco, cuando no es suficiente para poder encontrarlo.


Quisiera recordarnos como nos recuerdas, pero no nos puedo olvidar.

En 1899 Sigmund Freud publicó su obra Sobre los recuerdos encubridores, que pasarían posteriormente a ser conocidos como falsos recuerdos. En teoría, un recuerdo puede ser distorcionado al punto de generar otro recuerdo fabricado: un recuerdo falso, encubridor de otros recuerdos, agradables o desagradables. ¿Pasará lo mismo con nuestra vida, acervo de estos recuerdos? ¿Será que con el tiempo forzamos a participar de una vida encubierta la versión de nosotros mismos que deseamos conservar y la versión de otros que preferimos? No, no, no. Yo, así, no nos quiero recordar.


Toda una vida estaría aquí contigo.

Eso pensé mientras escuchaba los latidos más fuertes del mundo; latidos que podría reconocer entre otros cientos de latidos, como mismo reconocería los pasos de mi hermano subiendo una escalera de madera. Si hubiese sido un vaso con líquido, los peatones habrían visto temblar en mí el eco de esa orquesta: la orquesta más triste del mundo. Si hubiese sido una hoja, me habrían visto vibrar al compás de «un sístole sin diástole ni dueño». ¿Toda una vida – estaría – aquí, contigo? ¡Qué pensamiento más tonto! Lo noto ahora, que puedo escucharme pensar, sin el martillar de su latido en mi oído. ¿Cómo le sonarán a él mis latidos? ¡Qué pregunta, por dios! Sonarán como los suyos, seguro.


8 comentarios en “Borradores

      1. En el argot literario, nada sobra o falta, cuando la idea principal es crear, esas. «tiras de tela» a que te refieres, son simples rezagos que mañana, destacarán en el centro de una nueva creación.

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