Nadie me vio cruzar la avenida esta mañana. Cerré los ojos e intuí: un carril, dos carriles y el inverso del autobús. No todos los domingos apetece tentar a la suerte, en especial cuando el viento de la miseria pronostica malas rachas.
Colecciono aventuras imaginadas, secretos imperdonables y, es verdad: cuanto más digo más callo. Oculto mis pecados bajo la almohada y ventilo entre risas mis reclamos como el preso que, según Freud, exclamó: ¡bonita manera de empezar la semana!, mientras caminaba hacia la horca un lunes.
Pocos conocen la diferencia entre el chiste y el humor; quizá, tan acostumbrados a la mediocridad, consideran profundos los baches del celo.《Él tenía razón》, pensé, y nadie me escuchó. Menos mal. Mi alter ego, como mecanismo de defensa, ¡es tan llano y eficaz! Nada complicado, nada aburrido, y en high definition, muy veraz: más ego que ello, por su carácter genérico, portátil, virtual. Vivo en el umbral del siglo XXII, adelantada a las píldoras anti-inmersión y los pensamientos pre-recetados.
Mi coraza es de metal, pulida hasta el núcleo para reflejar la imagen de los Narcisos y las Dafnes que me rodean y que, distraídos en sí mismos, cedados por el ruido de mi voz, vuelven sobre sus pasos, como las ratas de Hamelín; mientras, dentro, muy dentro, miles de ansiedades acróbatas caen del cielo, como aquel volatinero enterrado por Zaratustra en el bosque, tras advertirnos lo peligroso de caminar, de mirar atrás, de estremecerse y parar…
Pero, nadie me vio cruzar la avenida esta mañana… Menos mal.