En el ojo del huracán, hay mucha calma.
Llega la hora de dormir y mi mente aún no se detiene. Inquieta, revuelca los quehaceres del día buscando qué olvidé hacer, qué olvidé decir, en un grave estado de alerta continua, de paranoia sin descanso.
Revolotea, como un ave asustada, y bate sus alas, violentamente. De pronto, se detiene, y comienza a retorcerse, como un animal herido. Suelta aullidos que recorren cada minuto del último año hasta alcanzar en susurro el kilómetro 0.
Escribo. Pienso. Y no lo sé. Es que no sé cómo vaciar tanto ruido. Dónde. En quién. Escribo para ventilar y las palabras me absorben… Digitales, manchan aún más que la tinta. Es esta voz que escuchas, tú, que me lees, voz sobre voces, amplificada: un norte.
Es que todo gira en torno a mí, sin tocarme. La violencia, tan cercana, me es lejana por muy poco. Estoy expuesta, pero no inmersa. Soy el vacío, de un alma que todo lo llena y no conoce de serenidades ni buenos augurios.
Que la televisión me da pereza. Que ver fotos me da tristeza. Que llorar ya me supera, y estoy agotada de tanto pensar. Y es que solo necesito una voz que supere la mía. Otra, con mayor resonancia y potencia. La voz tuya, cuando me lees. Eres, tú, lo más cercano a la inercia.
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