Dies Solis

Me aburren los domingos.

Son una bocanada de aire resistiendo el tiempo. En su mayoría, días un poco grises tiñendo de tonos pasteles el cielo. Todo lo que se hace un domingo deja un mal sabor a espera en el paladar, como un medio vano sin fin. Un buen desayuno, un rato a la cama, tender la ropa, servir un vino, buscar qué ver, ciega de tedio, entre el cúmulo de producciones baratas, ¿ir a la playa? ¿al cine? ¿por algo de tomar? ¿por algo de comer? ¿escuchar música tumbada en el suelo? ¿en la hamaca?

Agobiada por esta avalancha de posibilidades, extiendo mi mano sobre la mesa de noche para publicar esta nota sometiendo, ante el Tribunal del Ministerio del Tiempo, una queja formal por la plaga de sosiego que invade con su languidez mis horas. Incluso los ánimos ajenos parecen alterados, cuando en las casas vecinas bajan el tono, o en la calle los autos transitan de puntillas. Es la calma previa a la tormenta del lunes. Una densa niebla que contamina con desgano mi universo de pequeñas cosas, paralizadas, observándome, esperándome, suplicando que les use, les mueva. La tensión espacial incrementa, el ambiente se tensa y solo quedan los tonos pasteles del cielo llenando los rincones de mi sala con la misma liviandad de un blues.

The sky is crying, pregúntenle a Gary B.

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