Sábado

Soy una más en el Café, con café en mano. No me conmueve el frío ni los golpes de campana en la cocina. Soy una más, y eso está bien. Entre sorbo y sorbo, absorbo conversaciones ajenas, el llanto de los niños, el olor a desayuno y el zumbido de los cubiertos arañando los platos. Soy una silueta de mesa, como una mancha de humedad en la pared.

El chico que atiende las mesas se sienta a mi vera cada dos o tres días. Me regala unos minutos, ante la mirada inquisitiva del resto de los camareros. Ve, atiende las mesas, debo decir, más de mi boca se escapa un No me digas, que nos arrastra a reincidir. Por instinto, le confiaría uno que otro secreto anclada en sus ojos por 8 minutos, pero suena la campana, se levanta sonriendo y soy de nuevo la silueta de mesa, absorbiéndolo todo.

Y así pasan las horas, de dos en dos cada tres días, y los días, de tres en tres cada mes. Hay días que paso, paso sin detenerme, increpando a la rabia, frente a la puerta por no dar el paso, el verdadero paso. Es un café, solo un café, me digo, pero salgo al cabo de un rato, muerta de miedo, con el paladar amargo y el frío del vértigo, anclado profundamente en los huesos.

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