Vas a la deriva por el mundo, y tropiezas con la famosa pieza perdida de tu rompecabezas.
Te sientas contigo mismo, y en actitud muy seria,
hundes las uñas bajo tu piel hasta arrancarte los bordes:
estás determinado a ser la pieza perdida de su rompecabezas.
Tiras lo que sobra de piel, porque sobra mucho,
hasta tenerlo todo; todo, menos lo que eras.
Pero… No es suficiente,
y vuelves a arrancarte con los dientes más bordes hasta llegar al hueso.
Y nadie, absolutamente nadie, lo nota.
Ni siquiera tú mismo.