La primera bocanada de aire tibio invadiendo de golpe tus pulmones es el revivir abrupto de una muerte lenta. La agonía de ser sumergido en ruido hasta que el silencio anuncia la última convulsión; la impotencia de manos invisibles hundiendo finos dedos en las cuencas de tus ojos; la calma al sentir el roce húmedo de las sábanas en tu piel, y si a tu lado alguien duerme, ese alguien despertará alucinando el martillar en tu pecho de un corazón muerto de miedo suplicando aún más aire del que puedes darle.
El miedo a dormir que vence el terror a despertar… A escapar de las duras barras que encierran órganos ya agotados por sufrir la asfixia entre tus costillas; esa punzada insistente en la ventana de tímidos rayos asomándose sobre la ciudad durmiendo aún el sueño leve de los inocentes. Una pesadilla tras otra, tras otra, tras otra; y el aire denso, tan denso que al fondo de los fondos, puedes percibir lo que queda de ti, de tus sueños e intenciones, danzando como finas partículas al compás de una oscuridad que te limita a una sola bocanada de aire tibio invadiendo de golpe tus pulmones: es hora de despertar.