Según Jean Pierre Vernant, era tradición en la antigua Grecia, ante la ausencia de cadaver, colocar en los actos fúnebres un coloso; una estatua de piedra que representaba el doble del difunto. Lo interesante es que incluso estando el difunto presente, su cadaver continuaría siendo ante los ojos de los presentes un doble, pero un doble del sí-mismo antes-vivo. Esa estatua fría, dura, pesada igualaba en condiciones el cuerpo frío, duro y pesado del difunto; ambas, figuras silenciosas, vacías y desechables, cuya existencia no tiene más valor que el atribuido por otros: sombras inertes desprovistas de vida.
Hace unas noches, soñé que cocinaba bollitos de pan en un horno pequeño. Al cabo de un rato, comenzaron a retorcese chamuscados y al abrir la puertita del horno, salieron convertidos en cachorros recién nacidos. Desperté con la impresión de que no eran lo que eran, sino lo que pudieron haber sido y esa noción de lo completo siendo solo una parte del Todo, fue un sobresalto hiperrealista. Nunca, desde que tengo memoria, me he sentido completa y si alguna parte de mí sí lo hizo, duró lo que duraron los bollitos de pan en el hornito.