He leído lo suficiente para saber que el escritor no escribe para ser leído, sino para leerse.
Imagina, por un momento, que todas las estrellas del firmamento son visibles. Imagina que puedes extender tu brazo hasta tocarlas. Son cálidas, y puedes escucharlas chocando entre sí. Suenan como canicas dentro de un saco. Imagina que escoges una, y la guardas en tu bolsillo. Es esférica, naranja y aún puedes sentirla latiendo en la palma de tu mano. Ahora, camina descalso sobre la hierba y hunde tus pies en un charco. El agua, fría. Tu bolsillo, caliente. Mientras, la hierba, tan verde, hiere tus ojos reflejando la luz de las canicas que aún chocan entre sí, alteradas por el brazo que extendiste para atrapar tu estrella. ¿Puedes sentir la brisa en tu cara? ¿Las tiras de hierba alta rozando suavemente tus tobillos? Sacas la estrella de tu bolsillo y se siente tibia. No tan caliente como antes. La observas con detenimiento, y ya no es naranja. Es, como mucho, rosada. Sacudes la estrella para despertarla. La sacudes, con tanta fuerza, que comienzas a sentir corrientes de gas escapando entre tus dedos. Ahora es violeta, un violeta muy claro. Envuelve tu mano, con la densidad de la niebla. No puedes mover tus dedos. No sientes tu mano. Trepa por tu brazo y notas pequeñas partículas verdes, amarillas, azules, naranjas. Todas se adhieren a tu piel y la adormecen. Alzas la vista y el firmamento – silencioso ya, se ha convertido en un mar de luz que va y viene, con olas doradas que rompen sobre sí mismas. Ya no sientes tus pies. Cae en tus ojos partícula de estrella. Los cierras y escuchas las canicas chocar entre sí. El ruido proviene de dentro de ti. Eres el saco.