Homesickness


Me crecen espinas y las riegas a diario. Te impongo un muro y le pintas girasoles. Chocas con mi armadura y le cuelas besos por los bordes. Sonríes, si te grito; me gritas, si no volteo cuando mencionas mi nombre, y es que finjo no escuchar tus palabras más amables, atenta al retrovisor, impulsada por el viento de la miseria, limándome las espinas, levantando muro, puliendo mi armadura, que es una de un millón. Y es que sé muy poco, sobre lo que de verdad importa. Y tú… Tú sabes demasiado.

Wanderlust, G.

Quiero lo que tuve, aunque nunca fue lo que quise. Es una de esas verdades que me repito a diario. Una de esas verdades que saben a mentira, a falacia lógica, a placebo o aspirina. Wanderlust fue uno de los pocos textos que escribí enamorada.

(Espera, me corrijo.)

completamente enamorada. Y tenía razón: él sí sabía mucho sobre lo que de verdad importa. Sabía tanto, que me conocía poco: con la levedad y la superficialidad de quien pasa de todo por no perderse de nada.

(No debí decir eso.)

Dolió ser enjaulada, aún cuando volvía a su comedero todos los días y trinaba suplicando ser domesticada, pero… La jaula era una jaula; el bebedero, agua estancada; la comida, de saco y barata. No. No se me da bien estar enamorada.

(Me estoy pegando los cuernos.)

Quiero lo que tengo, aunque nunca fue lo que quise. Es una de esas verdades que me repito cada dos o tres semanas. Una de esas verdades que son amargas, como la hiel en los labios secos, y dura, como un tornillo en los huesos: solo yo sé amarme sin una jaula.

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