El día está precioso, le escuché decir a un hombre sentado a mi lado en otra mesa.
Tiene razón. El sol caliente, la brisa fría, el cielo azul y prolijo, con nubes blancas y dispersas, como manchas de pintura en un delantal. Son días de terraza. Días en que sentarse a ver los autos pasar es suficiente para satisfacer la necesidad de tantear algún indicio de normalidad en esta isla políticamente incorrecta.
Es una pena el exceso de cables en los postes, y ni hablar de los huecos en la carretera que revientan coches y extraen maldiciones de sus conductores. Es una pena, me digo reconociendo que no noté yo, primero, lo lindo que está el día. Tuve que escucharlo de boca ajena y asentir con una sonrisa, al darme cuenta que el comentario iba dirigido a mí.
Y respondí, casi con resignación: Es un buen domingo, como todos los días de terraza.