Leernos es un gran acto de amor.

Leernos no es un acto natural, no se comete porque-sí, por error. Es un acto deliberado, premeditado. Seleccionamos qué leemos, a quién, dónde y cuándo. De hecho, leyendo al otro nos leemos nosotros mismos. Somos el referente. Nuestros sentimientos, nuestras experiencias son punto de comparación; leernos tiende un puente entre nosotros y el leído: por un lado, nos ancla la empatía; por otro, la dedicación.

Es un compromiso a la apertura, un pacto sin firmar entre dos siempre-desconocidos, siempre-descubriéndose. Y no es necesario un escritor para que haya lector: los gestos, los actos, también se leen, y se leen con una pasión aún más desbordada: se leen entrelíneas. A veces, sin diálogo compartido y sin mayor intención que entender nuestra contraparte, pero siempre con el interés genuino de querer saber, de querer conocer, de querer y punto.

Digamos que digo, y digo digo con toda la intención, que te amo. Seguro dirías: yo también te amo, ¿pero me amas tú como yo te amo? ¿No sería más apropiado aceptarlo, de forma pasiva, y ser el cántaro donde vierto un sentimiento? Decirme: me siento amado, en lugar de devolverme un te amo a todas luces inaccesible a mí, un te amo que leído entrelíneas suena a trozo de alma desbandado, a un pedazo indescifrable de tu intimidad.

Leer es un acto de amor increíble: aprendernos fobias y filias ajenas hasta trazar un mapa del otro que nos lleva a conocer y reconocer sintiendo, re-sintiendo y resistiendo, todo de la mano del placer de leernos. A veces, en un mensaje de texto; a veces, en gestos, actos o silencios; pero, siempre aceptando el reto de amar también lo indescifrable: admirar el contenido aunque esté escrito en árabe, o en otro idioma que no conocemos.